Parte fundamental de la identidad cultural de la sociedad radica en la alimentación, en ella se plasman los sucesos más importantes como la alegría de una celebración, pero también las penas que eventualmente suceden.
Estos acontecimientos siempre suelen acompañarse por un platillo específico, de acuerdo con la ocasión y muchas de estas recetas han perdurado gracias a la tradición oral transmitida de generación en generación.
De la misma manera que otros elementos de la cultura, la cocina ha sufrido modificaciones y adaptaciones, por ello y con el objetivo de crear un punto de encuentro en el que los adultos mayores compartan sus historias, experiencias y recetas culinarias, las Secretarías de Cultura federal y estatal organizaron el taller de “Recetas tradicionales”.
Lo anterior, en la comunidad de San Juan Rioyos, en San Felipe del Progreso, uno de los municipios a nivel nacional con altos niveles de pobreza alimentaria y en el que la mayoría de sus habitantes se encuentran en situaciones de vulnerabilidad.
A la sombra de un árbol, los adultos de esta comunidad, algunos de los cuales han incluso olvidado su edad, se reunieron para recordar cómo se realizaban comidas específicas de acuerdo, principalmente, con el ciclo agrícola, con intensa nostalgia compartieron con la responsable del proyecto, Yadira Velázquez, y entre ellos, los platillos que más les gustaba consumir, los que ya no se preparan y algunas de las tradiciones y costumbres que se realizaban en torno a la comida.
La mayoría de los participantes añoran la sazón de sus madres o abuelas, quienes realizaban la preparación de los alimentos en instrumentos tradicionales como el molcajete y el metate, a través de los cuales, se produce un sabor único en los alimentos.
Otra de las costumbres que ha quedado en desuso y que recordaron los abuelitos, como cariñosamente se refieren a ellos los jóvenes, aunque no sean sus nietos y cuyas edades oscilaban entre 65 y 93 años de edad, eran las jornadas en las que la esposa, en compañía de los hijos, llevaban la comida a la milpa para alimentar a los varones que se encontraban en las faenas.
Precisamente en la milpa, el principal proveedor de alimentos en el medio rural, antiguamente se encontraban plantas comestibles que crecían a la par del maíz y que ahora con el uso de fertilizantes o el desconocimiento de las nuevas generaciones, prácticamente se han perdido.
Asimismo, comentaron que los magueyes los proveían, no sólo de pulque, también de cizas (gusano blanco) y chinicuiles (gusano rojo), estos últimos muy codiciados a la hora de preparar la salsa de molcajete.
Tunas, xoconostles, quelites y algunas variedades de hongos son los alimentos que aún se consumen en esta localidad en la que ahora las mujeres y los niños ya no necesitan caminar largas distancias hasta los manantiales para llenar sus jarros de agua frescas, basta con enviar a alguno de los niños a la tienda por una bebida refrescante.
De manera unánime, las personas que acudieron al taller coincidieron en que el mole era el platillo indispensable en las fiestas patronales y las civiles-religiosas como bodas, bautizos y confirmaciones, por lo que la comida de convivencia con la que se clausuró el taller consistió en arroz y mole rojo preparado en cazuelas de barro, pulque y refresco.
Aunque los platillos se cocinaron con leña, la molienda de los ingredientes en el metate no pudo realizarse por la avanzada edad de los participantes, pero al acudir acompañados por sus nietos, hijas o nueras, la convivencia familiar despertó la inquietud de las nuevas generaciones por el lenguaje mazahua, las historias y leyendas y sobre todo, las recetas de la cocina tradicional.
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